lunes, 18 de junio de 2012

ATOCHA...¡DESESPERADAMENTE! por LATIGO


ATOCHA... ¡DESESPERADAMENTE!

        Llevaba ya casi tres horas de viaje. En la pantalla de aquel vagón proyectaban un documental sobre el fondo marino: bellísimas imágenes de corales y peces de infinitos colores y formas alegraron su retina... aunque su mente estaba aún más lejos... más allá de los peces payaso con sus anémonas, de los taciturnos viajeros de los asientos vecinos, de las mamparas del coche seis de aquel ferrocarril de alta velocidad. Su mente volaba muy por delante de aquel convoy hacia una ciudad que hervía de actividad... hasta una estación origen,  destino y travesía de miles y miles de almas, que esperaban un tren,  una nueva vida, ¡tal vez a otras almas!.

¡ATOCHA...!

A él le importaba especialmente una de ellas, que imaginaba esperándole con nerviosismo en una parte muy concreta de aquel nudo gordiano de vidas e historias.



Recordaba cómo se habían encontrado. Cómo -casi un año atrás- navegando en ese foro de temática sexual, contactaron en una sesión de chat y se atrajeron sin conocerse; ¡prácticamente al instante!. Tras algunos avatares de la vida, pudieron por fin tratarse fuera de aquel frío mundo virtual y, lejos de desengañarse uno del otro la afinidad creció. ¡Existía una indudable química!.

No lo sabían entonces pero, antes que sus cuerpos, que sus pieles, que su olor, habían sido sus mentes las que se habían atrapado la una a la otra. Cuando esto sucede, si se lleva esa atracción al plano de lo real y se pasa la prueba de ponerle a ese otro ser al que ya deseas -al que puede que incluso ya ames- una cara, una apariencia, una voz, el enganche puede ser muy fuerte.

En su caso lo fue.

Descubrieron con incredulidad pero con infinita alegría y placer, que ambos tenían un sentido de la sexualidad muy afín. Gustaban de las emociones intensas, de un sexo muy... “duro”, de los ambientes raros... a veces opresivos... incluso sucios y sórdidos. De juegos de dominación y de poder...

Sin embargo, se querían tiernamente como dos novios a la antigua. ¡Ya se sabe: mejores o peores, menor o mayormente avenidos... tipos de amantes los hay a millones... y sólo ellos se entienden y entienden sus cosas!.

Sólo existía una pega a tan conveniente relación para los dos: no podían gozar de la libertad de amarse tan intensamente como deseaban. No eran libres. Otras almas estaban por medio, ligadas a ambos, y también eran queridas por ellos... o por lo menos existía un respeto y un cariño... o la simple y loable intención de no dañar. ¡Así es la vida! ¡A veces te da lo que deseas con toda tu alma... pero cuando ya no puede ser... y no existe remedio!

Pablo salió del vehículo cuando éste se detuvo. No llevaba equipaje, así que caminó con prisa por el andén lleno de gente como salmones a contracorriente. Sus pies tenían alas. Deseaba encontrarse con su pareja amada. La tenía grabada en la mente como una marca al fuego. Recordaba su voz a través del teléfono unos días atrás, prometiéndole placeres difíciles de alcanzar, mientras se amaban uno al otro con la palabra.  ¡Difíciles, sí!... por la gran lejanía que mediaba entre ellos, y por lo atado de sus existencias. Sólo podían permitirse encuentros muy planeados y esporádicos que aguardaban como esperan las flores agua de mayo; que solían sublimarse en intensas explosiones de pasión, de unos pocos días... incluso un fin de semana. Sin embargo Pablo, aquella vez deseó tanto a su otra mitad... la echó tanto de menos, la deseó de tal manera que le ordenó lo siguiente y a la desesperada...

-Espérame cerca de las taquillas de billetes de la estación de cercanías de Atocha, pasado mañana, cuando llegue el tren que separa mi provincia de Madrid. ¡Sólo sale uno, así que no hay confusión posible! ¡Y ahora... escucha!

A continuación Pablo especificó una serie de mandatos y condiciones que, al otro lado del auricular  fueron anotadas y acatadas sin rechistar, además de ser recibidas con mucha alegría. ¡Y por fin, había llegado el momento!. Él estaba allí, llegando al punto de encuentro.

Pablo miró impaciente -y algo intranquilo- alrededor... y no tardó en encontrarle, sentado en un banco de la estación. Iba con un traje de corte moderno, ajustado... de ejecutivo, pero algo afeminado. Ocultaba sus hermosos ojos color miel con grandes gafas de sol, bajo un elegante sombrero masculino. Se sentaba con cierta pícara gracia femenina para ser un muchacho, cruzando las piernas como lo hacen las divas. Sus zapatos de hombre brillaron pulcros.

El otro, por su parte, no tardó en reconocer a Pablo entre la multitud y le miró, bajando con picardía sus gafas, por encima de ellas. Sus ojos brillaban febriles. Decían: “te deseo, con toda mi alma”. Decían “¡hagámoslo!”. El muchacho separó las piernas dándole a entender al recién llegado que aquello que guardaba bajo sus ajustados pantalones de corte a la inglesa, era suyo, así como el resto de su enfebrecido cuerpo.


Pablo le dirigió un imperceptible movimiento de cabeza indicándole a su efebo que le siguiera. ¡Tenía algo para él..., y ese algo cada vez estaba más duro!.

Ambos se dirigieron hacia  los servicios de la bulliciosa estación. Pablo resueltamente... y a unos diez metros seguido del elegante y guapo muchacho, que despertaba no pocas miradas de admiración a su paso entre las viajeras más jóvenes. Por fin el sujeto entró y se colocó delante de uno de los urinarios. Bajó la cremallera y sacó el sexo semi-excitado. Su seguidor se situó en el urinario de al lado y le miró a través de espejo. Su pene debía ser muy pequeño ya que no asomó de su bragueta más que un chorro dorado que Pablo miró encantado.

                                                                                                             

Un tipo que estaba dos posiciones más allá y que no se perdió detalle de la escena desde que ambos amantes entraran en los baños, meneó la cabeza con incredulidad, pesar y asco. Sacudió su hombría, la guardó y saliendo del WC exclamó para ser oído...

-¡Asco de maricones...! ¡Joder!

Los amantes volvieron a mirarse a través del espejo y se rieron divertidos. Pablo estaba contento y excitado. Su efebo había cumplido a la perfección con las instrucciones. ¡Seguramente debía llevar gran parte de la mañana aguantando las ganas para ofrecerle aquel espectáculo!

¡Una mirada de inteligencia y Pablo se introdujo en uno de los excusados!. Su acompañante no tardó en entrar tras él, en cuanto estuvo seguro de que estaba sólo en el lugar. Un olor acre a orín le recibió al abrir la portezuela de la encharcada letrina. Su adorado Pablo le aguardaba sobando su ya abultada y deseada poya. ¡Cómo anhelaba el chaval aquella buena verga! ¡Tanto... que sucumbió al impulso de introducirla en su boca y succionar con fuerza, arrancando un gemido de su hombre.. que no hizo nada por detener aquel arrebato!. El chico la babeó, la masturbó y la chupó con todas sus ganas.

Basta...Y a sabes  lo que quiero de ti... ¡y de momento no es tu boca...!



Los juveniles y grandes ojos color miel se clavaron en las masculinas pupilas marrones del viajero... y una sonrisa perversa de complacencia se dibujó en sus carnosos labios. ¡Sí! ¡Sabía lo que su adorado deseaba desde el mismo momento en que se lo ordenó por el móvil dos noches atrás... y se lo iba a dar gustosamente! ¡Vaya si se lo iba a dar...!

Del bolsillo de aquella chaqueta “a lo british gentleman” salió un pequeño tarrito con un lubricante especial para lo que tenían en mente. Se mojó los dedos en aquella sustancia viscosa y perfumada y los untó en la entrada de su ano sin dejar de mirar a su embelesado compañero con infinita lujuria.


-¿Es esto lo que quieres...? –preguntó con intención en un tono muy afinado y suave, que podía haber pasado por una voz grave de chica. -¿Quieres mi dulce culito..., machote? ¿Quieres mi agujerito... cabrón? ¿Eh?

La respuesta a la provocación por parte de Pablo fue sujetar al joven por los brazos y, casi levantarlo en vilo... cosa que no le resultó difícil pues no era muy alto comparado con aquel tipo de complexión fuerte. Sorprendido pero encantado a la vez, el chico fue empujado contra la pared saturada de pintadas obscenas y filosofías de urinario. Con la mano tapándole la boca apenas pudo sofocar un grito cuando sintió como el generoso poyón de su amado se abrió paso sin contemplaciones entre sus preciosas, sus blancas... suaves, redondeadas nalgas. Se sintió como si lo hubiesen empalado... sucio, dominado... abierto como un libro deseoso de mostrar todos sus secretos...

Con su cara aplastada contra el frío muro, sintió como el duro miembro viril comenzaba a bombear inmisericorde como si se tratase de un diabólico pistón... provocándole  dolor... pero a la vez un placer físico y mental difícil de entender por aquellos que tan sólo gozaban del sexo de la manera tan convencional que lo hace la mayoría. Al cabo del rato ya la mano que tapaba su boca, lejos de hacerlo, introducía sus dedos en ella. Sus ojos se encontraron con una pintada a bolígrafo en la que, acompañando a una larga verga dibujada con cierto arte, podía leerse...

“A mí me follaron aquí...”

¡JA... tenía gracia!. 



Se arqueó cuanto pudo  para recibirle bien. Su culo se proyectó hacia atrás aún más, ¡glotón!... deseando abrirse como una puerta para su chulo. ¡Sabía que, con el calentón, tal vez Pablo terminaría por correrse pronto... y necesitaba disfrutar de cada segundo de su posesión! ¡Se sentía tan suyo... tan... dominado! ¡Era feliz... aunque no llegase al orgasmo, tan sólo sabiendo que su amado experimentaría pronto uno arrasador...! ¡Y todavía fue más feliz cuando sintió como la otra mano de su partenaire -la que no le silenciaba- se preocupaba de darle también a algo de placer extra acariciando su necesitado sexo... manipulando entre sus preciosas y tersas piernas! ¡Con suerte, alcanzarían los dos la ansiada cumbre del placer más o menos a la vez



Los suspiros de ambos comenzaron a ser peligrosamente altos cuando el pistón terminó por estallar con un difícilmente contenido suspiro-berrido animal emitido al oído del encantado joven. Sintió el cambio de la viscosidad en la delicada piel de su ano... ¡su amado Pablo se había corrido como una bestia y él...AAAAAHHHH... no tardó demasiado en hacerlo, entre espasmos de puro gozo que recorrieron desde su pubis hasta su rabadilla!

Tras ese húmedo estallido, con los pantalones bajados, quedaron enganchados los dos un rato sintiéndose uno... hasta que la erección bajó y llegó la vergüenza del pecado original... ¡había que vestirse y salir de allí antes de que viniese el ángel con la espada vengadora, vestido de guardia de seguridad... para expulsarles de su sucio, maloliente y angosto... pero dulcísimo y deseado  paraíso.

Habida cuenta el escaso espacio y las prisas, se vistieron como pudieron. El joven salió deprisa y con decisión. Había gente en los baños que le miraron con reproche. Parece que los suspiros al fin habían subido demasiado de volumen.
¡Ja...!. Pablo salió detrás, azorado, pero siguiéndolo como un gato en celo. Con una sonrisa de triunfo el muchacho se lo imaginó detrás de él como un perrillo faldero y, andando como anda una modelo por la pasarela, guardó sus gafas en el bolsillo de su chaqueta. ¡Le daría un último regalo además del placer que ya le había proporcionado...!

Su femenina mano tiró hacia arriba del sombrero y una morena, larga y lacia melena se desenredó tras un característico movimiento de cabeza, cayendo como una manta por sus hombros. Sin dejar de caminar, la otra mano desabrochó el traje... y sacando su camisa del cinturón se introdujo bajo la fina tela para tirar hacia abajo de un ajustadísimo y fuerte top sin tirantas, que apretaban, disimulándolos, unos senos pequeños pero turgentes y deseables, de excitadísimos pezones puntiagudos.

Bajo la camisa sus deliciosas tetas, respiraron por fin... ¡uuuufff!



Una mirada de reojo invitando a su presa a seguirla. Si lo hacía, ambos acabarían en la habitación de una pensión cercana, en el cubil que ella le tenía reservado. Ahora era Betty la que tenía el control del juego... y se moría de ganas de que aquel bastardo le comiera el coño a conciencia... ¡le iba a dar para el pelo!

Betty sabía que en poco tiempo Pablo tendría que tomar el tren nuevamente para estar en su casa a las 10 de la noche de ese mismo día... 400 km al sur de Madrid y poderle contar a su aburrida mujer cómo la chapuza de albañilería que le había surgido le había entretenido más de la cuenta, pero que estaba por fin acabada.

Así era su relación... pero ella no le exigía más. ¡Le amaba tanto que con eso le bastaba! Y sabía que a su vez era tan amada por él, que éste jamás le pediría explicaciones de sus otras andanzas, de las otras manos que acariciaban su precioso cuerpo... de las otras poyas que le daban placer... de los otras chicas que  besaban su piel cuando se terciaba.

Ambos eran libres y conscientes de su afortunada libertad. Ambos eran transgresores... ambos desafortunadamente afortunados, ambos... a costa de no pertenecerse, se pertenecían desesperadamente.

¡Desesperadamente!




4 comentarios:

Utópica dijo...

Muda, me has dejado absolutamente muda.
Eres grande querido, muy grande.

Gracias por tu colaboración, de nuevo.

morena75 dijo...

Felicidades Latigo!!

es genial...besos

reinamora dijo...

Ea impresionante mi querido amigo Latigo como eres capaz de excitar con tus palabras....que mente tienes! que menteeeee! señor!Fijate que como en otras tuyas me he visto allí y me acojona en algunos momentos la similitud de experiencias ya vividas...joder niñoo! que mente!! uff el día que la juntemos..miedito me da!
besos querido!

Anónimo dijo...

Inmerecidos piropos, mi muy queridas señoras...

Gracias. Y miles de besos...

Latiguín... ;-)