Llegué a Madrid a primera hora de la tarde del domingo. Venía de una semana muy intensa, la siguiente se preveía igual de complicada así quería descansar, no hacer nada la tarde de domingo, pasear quizás, pero con idea de irme a dormir temprano y despertar el lunes ya con fuerza de nuevo.
Mari, mi prima de Asturias -del pueblo-, me puso en contacto con una amiga suya (Maribel) que no estaba pasando por un buen momento económico y alquilaba una habitación en su piso para, con eso, ayudarse a pagar la hipoteca. Me iba bien esa fórmula porque viajo con frecuencia a Madrid y pensé que era una buena forma de ahorrarme un buen dinero en hoteles. La cuestión es que así fue. La llamé una de las veces anteriores que estuve en Madrid, quedé con ella, me enseñó su enorme piso y me gustó.
Mi prima me había explicado que la conocía del colegio, que era de su edad, unos 36, y como ella, también divorciada, pero sin hijos, y, que “me iba a interesar”, pero no le presté demasiada atención porque, es ya habitual que muchas amigas o primas e incluso amigos te quieran presentar a supuestas “que te van a gustar” y al final, no es así. Maribel es de complexión normal, 1,65 aproximadamente, peinada melena rubia, ojos marrones muy claros, de cuerpo apretado, con curvas, se intuía que no demasiado pecho, culo redondo y bien proporcionado, y de habla algo nerviosa y atropellada. El primer día que la vi, cuando me enseñó su piso, entendí que vivía sola, pero al llegar el domingo, me recibió un tipo que se presentó como “Ari” (luego supe que era de origen marroquí) y me dijo que Maribel -“su mujer”- estaba en la tele, trabajando (es maquilladora) y que no volvía hasta de madrugada, cuando acabara no se qué programa.
Me preguntó si necesitaba algo, le dije que no, que todo bien y me dijo que él tenía que irse a arreglar una puerta –entendí- y luego, a trabajar (en una sala de fiestas a las afueras de Madrid); me explicó que tardaba una hora en llegar a su trabajo, en tren, y que, lo peor era la vuelta, a las 6 de la mañana. Saqué la ropa de la maleta y me fui a pasear.
Me preguntó si necesitaba algo, le dije que no, que todo bien y me dijo que él tenía que irse a arreglar una puerta –entendí- y luego, a trabajar (en una sala de fiestas a las afueras de Madrid); me explicó que tardaba una hora en llegar a su trabajo, en tren, y que, lo peor era la vuelta, a las 6 de la mañana. Saqué la ropa de la maleta y me fui a pasear.

En seguida empezamos a bromear, una cosa llevó a la otra y acabé haciéndome una paja mientras la veía a ella masturbarse con un consolador pequeñito que restregaba contra su clítoris aguantándolo con la mano abierta.
El portátil a un lado de la cama y yo recostado como si fuera un emperador romano a punto de comerme un buen racimo de uvas. El pantalón a medio bajar. Mi verga en alto, venosa, con el glande al descubierto, húmedo y brillante.

Abrió la puerta ya para pasar. Medias lilas, vestido corto de cenefas en tonos verdes, violetas y pistacho, como de raso, escotado pero tapado por un foulard. Le pedí que dejara el pc sobre la silla. Zapatos de tacón que fue lo primero que se quitó, posó el foulard en la mesa y se arrodilló delante del emperador. A los pies de la cama, se recogió y sujetó el pelo a modo de coleta con una mano, y con la otra, agarró mi rebosante polla y sin decir nada, chupó el glande, absorbiendo todo el flujo que me había estado lubricando con Alba. Se la comía ladeando la cara para mirarme… Esta vez, mi mano derecha no tecleaba, subía su vestido acariciando sus nalgas sobre las medias, alternando con el contorno de sus pechos sobre el vestido. Quítatelo –dije-. Pechos perfectos, duros y pezón rubio, ¿sin sujetador? –le pregunté-: Me lo quité en la tele, estaba muy caliente y quería que el tacto del vestido acariciara mis pezones –me respondió-. Se bajó las medias, y volvió a lo que estaba haciendo, esta vez, metiéndose toda la polla en su garganta mientras yo procuraba abrir su coñito rubio, jugando con su culo –ahí no!- dijo, no te gusta? Le pregunté, sí, me gusta, demasiado. Era una invitación a continuar –entendí- y seguí jugando con sus pechos y los labios de su coño que ya estaban muy húmedos. Me levanté de la cama donde seguía recostado y le pedí que no se moviera.

No había cenado aún –dijo-. Se levantó, recogió su ropa y se fue sin decir nada más.
Me volví a poner el pijama, fui al baño, recompuse la cama y cuando iba a cerrar el pc, me di cuenta que la cam seguía puesta y Alba me había escrito: la próxima vez, no te pongas tanto rato de culo, que quiero ver más. Me ha encantado conocerte, vaya orgasmo, seguimos en contacto.
1 comentario:
¿Veis lo que decía?
Bendita tecnología, ainss si no fuera por ella.
¿Sigues viviendo en el mismo piso? jajaja.
Besos
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